Nunca pensé en ir a Argentina. Nunca estuvo en mi radar de sueños o deseos. De pronto sí pensé alguna vez que me gustaría ir a un Boca-River en la Bombonera. Pero no más. Increíble.
Nunca pensé en caminar las mismas calles que caminó Borges en sus poemas, que eran caminatas.
La primera vez que fuimos, en 2010, fui ruin y odioso. Eso no se explica tan fácilmente, pero sé que me sentí inseguro muchas veces, y sentí el arrebato egoísta de querer demostrarte que después de París no había Buenos Aires y menos La Plata que valieran. Muy tonto y muy infantil.
Te agradezco con todo mi corazón la paciencia que tuviste. El amor–a pesar de mí–para mostrarme tu felicidad.
Funcionó.
Volvimos en 2011 y yo era otro.
Teníamos que volver. Y tenemos que volver.
Hace unos días estaba pensando en el acto mágico de encontrar, a través de los sueños, en los sueños, las rutas y las referencias para dar con el misterio esencial de nuestras vidas. Yo me había soñado con París mucho antes de ir a París, y vos te habías soñado con Buenos Aires y con La Plata mucho antes de nacer.
Y en ese lugar imposible que se dibuja en el sueño ambos pudimos dar con ese paisaje compartido.
Eso pensé cuando te dibujé, años más tarde, ese mapa de París para un día maravilloso.
Eso pensé cuando te vi reír tantas veces mientras estábamos en Argentina: que me estabas dibujando con la sonrisa el mapa de tu felicidad, y me lo estabas regalando.