Podemos escribir en otro momento sobre el encuentro improbable con Marcos, Andrea, Rafa y su hijo adoptado Marcos en el frío y deprimente terminal de transportes de Quito, o sobre el platanal cienagoso y mortífero que es Guayaquil o sobre el alucinante y abismal viaje en bus a través de ese litoral peruano que parece un paisaje de Marte o sobre el emparedado de huevo que me puso a sudar frío en Lima o sobre las papas locas que nos preparó Paty en Arequipa y luego sobre el ridículo humillante de la frontera con Chile o sobre el mar frío de Iquique y luego sobre el deambular por Santiago (como si fuera un episodio de Seinfeld) y sobre el paso hacia Mendoza a través de los Andes nevados.
Seguro que sí. Después. Antes o después.
Por ahora, te digo que amo tu vida y amo mi suerte, y amo que, como quien no quiere la cosa, nos hayamos vuelto papá y mamá de esas dos niñas preciosas y jodonas.