Abordar la guerra colombiana: dos proyectos artísticos escolares realizados en la ciudad de Cali
La posibilidad de abordar un tema tan complejo como la guerra en Colombia la planteo a partir de algunos trabajos de investigación en artes y educación que se formulan–desde lugares distintos, desde saberes y preguntas distintas– a partir de este verbo: abordar. Abordar el tema de la guerra en los contenidos escolares, en los espacios de aprendizaje y de juego. Abordar la guerra como quien da un paso al frente y asume los riesgos y las consecuencias prácticas y sensibles que esto conlleva. Abordar la guerra como quien “toma un toro por los cuernos”, como reza el dicho popular.
El sentido literal del verbo abordar alude al acto de entrar a una embarcación. Quiero proponer aquí un gesto literario o una primera imagen literaria: en el caso del tema de la guerra en Colombia, este abordar el barco se puede pensar como un acto de solidaridad y como un gesto de consideración con el dolor de los demás. Estamos hablando de algo opuesto a la indiferencia: aunque el barco se esté hundiendo, yo decido regresar a él para ofrecer mi ayuda.
Puedo relacionar esta imagen con el recuerdo de una noticia conocida hace un par de años: la llamada telefónica que en la que se oye cómo el comandante de un puerto italiano le ordena al capitán de un crucero de lujo que ha empezado a hundirse que regrese a su embarcación, tras pillarlo en plena huída en uno de los botes de rescate. Se trataba del capitán del crucero Costa Concordia, que naufragó muy cerca de un acantilado en el mar Tirreno. En la voz del comandante del puerto se percibe un temblor de incredulidad y enojo. Parece imposible que al capitán de un barco se le tenga que recordar que él debe ser el último en saltar al agua cuando el barco se hunde, tal y como nos puede resultar inadmisible que alguien le dé la espalda a los problemas sociales de su propio país y decida mirar en otra dirección. Y, por lo demás, ¿qué hay en esa otra dirección?
En la grabación telefónica se escucha en un momento que el capitán del crucero intenta explicar lo inexplicable, balbuceando y tratando de hilar disparates ante las preguntas del comandante del puerto. Una de estas explicaciones delirantes tiene que ver con el hecho de que la oscuridad dificulta las maniobras de rescate. El capitán dice que está oscuro y que todo es confuso, a lo que el comandante del puerto responde, iracundo, con una ironía: ¿y qué ocurre pues con la oscuridad? ¿tiene usted miedo y se quiere ir a su casa?
Por muy reprochable que sea la cobardía de este capitán, es cierto que hay una oscuridad atemorizante en cualquier naufragio, como la hay en cualquier desventura– piénsese, para el fin de este proyecto, en la guerra.
Abordar esta oscuridad se puede entender, así, como un acto temerario y necesario: tenemos que poner claridad sobre lo ocurrido, cueste lo que nos cueste. Tenemos que sumarles a los proyectos educativos en ciencias sociales (aquellos que nos enseñan a ver líneas de tiempo, a memorizar fechas) un trabajo de exploración, de lectura, de conversación y debate que acuda a la memoria histórica, a las memorias de las comunidades y a las memorias personales. Este trabajo de exploración se puede hacer en la escuela, haciendo uso de recursos narrativos y de experiencias sensibles, como bien se ha sugerido ya en trabajos que se comentarán más adelante.
De los horrores de la guerra en la historia de la humanidad se ha dicho, en muchas ocasiones, que son hechos inabordables. Se ha sugerido que hay experiencias tan dolorosas, tan complejas, tan desgarradoras, que resulta imposible entrarles por algún lado. La frase de Theodor Adorno respecto a la imposibilidad de hacer poesía después de Auschwitz (1951) ha tenido en las décadas recientes una resonancia diversa y paradójica, como se advertía en la misma afirmación. Decir que todo acto poético después del horror de los campos de concentración de los nazis era imposible, fue su cuestionamiento severo al sistema cultural, racional y técnico que hizo posible semejante horror. No se suspende la poesía, no se suspende la dimensión sensible de las personas; se plantea, en cambio, una pregunta similar a la que le pudo haber planteado el comandante de puerto al capitán que abandonó su barco: ¿dónde hemos estado mientras todo esto ocurría? Más adelante, cuando me refiera a las conversaciones que entablé con artistas y docentes, se podrá ver que la pregunta por el dónde he estado, dónde estoy o dónde estaré (de dónde seré) tiene un sentido político (¿hacia dónde he estado mirando? ¿dónde están mis recuerdos en relación con la historia de la guerra?) y un sentido poético-narrativo que es esencial dentro de este proyecto, porque se sitúa en la necesidad de asumir, dentro de la tarea investigativa y en las experiencias de reflexión, expresión y aprendizaje, una postura sensible frente a la violencia de la guerra. Siguiendo a Adorno, en su famosa conferencia “Educación después de Auschwitz”, es necesario comprender las raíces, los orígenes del mal, y este trabajo se debe realizar mediante un “viraje al sujeto” ( 1966), en el que se exploran las vidas, las relaciones y las ideas de aquellas personas que han sido capaces de cometer atrocidades. Este examen al ethos de una sociedad, tratando de enfocar esta indagación en aquellos sujetos y grupos responsables de masacres y genocidios, supone una inmersión en las conexiones y condiciones históricas que han hecho posible el horror. Y la complejidad de esta inmersión es tal que nos conduce a preguntas cruciales sobre la forma como nos hemos educado y acostumbrado a ciertas prácticas o rituales en los que la fuerza, la violencia y la crueldad hacia los demás están justificadas dentro de un esquema de valores. Con una educación que considere, desde la psicología, desde el análisis de la cultura (análisis de obras de arte, análisis de los productos de los medios y de las formas que tienen las personas de consumir o apropiarse de sus mensajes) y desde una educación sensible (donde será crucial la experiencia estética cotidiana), es posible pensar en un desmonte gradual y definitivo de la insensibilidad y la apatía frente al horror.
Esta pregunta hace parte de una serie de cuestionamientos y reflexiones que sugiero a lo largo de este proceso de investigación, que comienza en 2018 con una secuencia de conversaciones con artistas de la ciudad de Cali y con docentes y personas que han trabajado en proyectos de educación artística o en proyectos educativos en los que se trabaja con las artes para abordar problemas sociales. Lo que me planteo con estas primeras conversaciones es observar cuál es la relación que estos artistas y docentes tienen con el tema de la guerra colombiana: ¿cuál es su concepción respecto a la posibilidad de abordar el asunto en sus proyectos artísticos? ¿qué piensan sobre los referentes artísticos que tienen como tema esencial la guerra en Colombia? ¿qué tanto se conocen estas obras? En el caso de los docentes, o de los artistas que también trabajan como docentes, la pregunta tenía que ver con su concepción sobre las posibilidades de abordar el tema de la guerra en los contenidos escolares, en las sesiones de trabajo con sus estudiantes, en la cotidianidad de la vida escolar.