Por qué (somos) así:
El único problema de las constataciones: parecen llegar tarde, como muchas epifanías. Tarde para quién o para qué es algo que le dejamos al misterio. En todo caso, la pregunta de un señor que hablaba del fuego y del relato parecía una constatación basada en nuestras pérdidas: ¿nos pueden interesar aquellos relatos que han perdido toda relación con el fuego? Perdido el fuego, empieza la literatura: en adelante, solo se hablará de ese fuego perdido. El camino ilustrativo de los relatos, ejemplo, prédica, parábola, es misteriosamente metodológico, o se basa en la metodología del misterio. Y el misterio se hace inteligible en la elaboración de la pregunta sobre el qué perdimos cuando el relato dejó de basarse en el fuego. Y por qué lo perdimos. Por qué somos así. Más adelante, se nos dirá que todo camino metodológico se deshace a medida que se transita incesantemente. Se deshace el misterio, dice el señor Agamben. Ese caminar incesante se llama historia. Uno quiere ir hacia el misterio sobre la pérdida del fuego y, a la vez, cada paso hacia el misterio desdibuja el misterio del horizonte. Aquí aparece, otra vez como ese ángel que tanto le llamó la atención, Walter Benjamin con una paradoja: para asir el misterio necesitamos la historia, y para asir la historia necesitamos transformar lo disciplinar en místico. Parece que lo disciplinar es triste, tétrico, ilegible y obtuso. Parece que estamos de acuerdo en esto: hablamos de la importancia de conocer nuestra historia pero ese conocimiento, como trabajo, es insufrible. O peor: es tristemente realizable. Parece que nuestra única opción es transformar eso insufrible en una experiencia mística. Aquí está el término “precario”, dice Agamben, que significa «aquello que se obtiene a través de una plegaria». Lo insufrible de la tarea disciplinar, histórica, arqueológica, estadística, es que se hace a través de un sendero penumbroso. El famoso camino. Cada gesto literario a través de nuestras lenguas es como un “hilo” que nos une, en medio de las tinieblas, a ese misterio perdido.
Hay que hacerse a las palabras, de acuerdo, pero solo para dejar que tiemblen en nuestras manos y nos produzcan incertidumbres. Para que se tornen místicas, como la esencia incandescente que hemos perdido. Todo se consume otra vez: la explicación, el sabio consejo y la trama histórica. El por qué somos así se “encierra” por siempre en una imagen. Es una imagen que no está disponible. La pregunta sobre el porqué somos así es histórica y mística. En su dinámica histórica revela una serie de pasos (arraigos, traumas, tradiciones) más o menos acentuados. Cada paso es una estación dolorosa, o un recuerdo pueril: la estupidez de un gobernante, verbigracia. Un camino serpenteante. Y en su dimensión mística, la pregunta revela la existencia de un destino en el que muchos no queremos estar atrapados, porque no queremos ser escritos ni descritos, y eso es lo que nos hace trágicos. Y nada más trágico que levantarse con rabia y con despecho. Nada más trágico que el deseo de ver arder un destino.